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Conquistar a un mujeriego pensando que lo puedes transformar en un hombre de familia.
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En una cita, insistir en pagar la mitad de la cuenta y no volver a salir con él si acepta la oferta (Feminismo fail).
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Repetir incansablemente que sólo necesitas amor, comprensión y estabilidad, y no hacerle caso al hombre que te ofrece exactamente eso.
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Ponerse a dieta extrema para ir a una boda y comer como tiburón durante toda la fiesta.
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Pretender que los hombres puedan saber lo enojada o afligida que estás sin haberles dicho nada.
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Analizar tu vida amorosa analizando cada frase y cada actitud de tu pareja con tus amigas pero terminar una relación si la señora que te lee el tarot te dice que no es el indicado.
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Enamorarte de un hombre que está casado porque él es incapaz de traicionar a su mujer.
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Dejar a un hombre porque ya no te gusta y que vuelva a gustarte cuando él encuentra a otra.
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Hacerte la permante si tu pelo es lacio, plancharlo si está enrulado o teñirlo de rubio si es oscuro (Y viceversa)
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Seducir a un hombre sabiendo con seguridad que jamás vas a dejar que te toque un pelo.
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Negarte a dejar los dulces para bajar el colesterol pero hacer la dieta del arroz para usar un vestido.
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Creer en el horóscopo sólo en las semanas que anuncia cosas buenas.
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Hablar de dieta con una torta en la mano y hablar de tortas cuando estás a dieta.
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Quejarse de que la depilación es un hábito primitivo y gritar de asco cuando tu marido dice que dejes de hacerlo.
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Decir que “lo importante es lo de adentro” cuando tienes un novio feo, y alegar que “la piel es todo” cuando conseguiste uno guapo.
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Creerle al mismo hombre cuando habías jurado no volver a hacerlo.
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Perseguir a tu pareja para que colabore en la cocina pero echarlo por inepto en cuanto empieza a ayudar.
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Probarse ropa durante toda una tarde y salir con el primer conjunto que elegiste.
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Arrancarte los pelos de piernas, axilas y cavado con cera caliente o una máquina eléctrica y llorar cuando te quiebras una uña.
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Abandonar a tu novio porque es celoso y sentirse fea y desamparada cuando no te celan.
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Ser capaz de dirigir una empresa de doscientos empleados, un país de treinta millones de habitantes o una familia de doce miembros pero llamar a tu mamá cuando te duele la muela.
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Pellizcar bebés ajenos, pensar hasta el cansancio los nombres de tus futuros hijos, emocionarse con los embarazos de tus amigas y llorar desconsoladamente el primer día de atraso.
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Preguntar si estás gorda para que te digan que estás flaca.
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Censurar a las amas de casa porque no tienen una carrera y a las que tienen una carrera porque la empleada doméstica cuida de sus hijos.
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Llorar con los documentales de los animalitos de “Animal Planet” e hiperventilarse de excitación frente a una cartera de cuero.
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